Una negligencia es un fallo causado como consecuencia de falta de diligencia, cuando hablamos de diligencia nos referimos a las normas que guían una actuación.

Así una negligencia médica designa una lesión causada a un paciente por no haber obrado el personal sanitario como debió hacerlo.

¿Y cómo debe obrar un médico? Pues según las normas que rigen su profesión, la llamada lex artis, que se recoge en los protocolos médicos que indican al médico cómo debe actuar, el conjunto de estos protocolos define unos estándares en la práctica médica, orientados a la curación del paciente, del que un médico no puede apartarse injustificadamente.

 Pero el incumplimiento del protocolo o lex artis no conlleva por sí solo responsabilidad, es necesario también que se produzca un daño, si no existe daño no existe responsabilidad.

Además, el daño debe tener unas características, debe ser un daño que el paciente no tiene obligación de soportar, por ejemplo, una cicatriz tras una intervención quirúrgica es un daño, pero es inevitable, los riesgos habituales de una intervención tampoco son generadores de responsabilidad.

El último elemento necesario para que exista responsabilidad y por tanto el derecho a una indemnización es que el daño sea consecuencia de la negligencia, quizá sea el elemento más complejo y difícil de acreditar, pero es necesario. Debemos probar que si no se hubiese producido la negligencia el daño no existiría.

Así, tenemos los tres elementos que conforman la responsabilidad y podemos hablar de una negligencia médica con derecho a indemnización, un daño que el paciente no tenga obligación de soportar, una actuación u omisión negligente y poder acreditar que existe un vínculo causal entre ambas.

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